miércoles, 16 de septiembre de 2015

La miraba desde lejos.



La miraba desde lejos, casi a escondidas, apoyado en un árbol, disimulando mi inmenso gusto por ella. Sonaba una canción de John Lennon, “hombre celoso”. Yo con un cigarro Salem sin encender en mi mano. Ella fumando relajadamente distraída, sin mirar a nadie, sin prestarle atención a nada. Después de mucho pensarlo me di el valor de acercarme a ella, con la excusa de pedirle su cigarro para encender el mío. Sin decirme nada ni mirarme me lo dió. Mientras intentaba encender mi cigarro la miré de cerca, lo más cerca que había podido estar de ella.  Me encantó ver de cerca sus labios rojos y su cabello ensortijado. Mejor que no me haya mirado, pensé, sino hubiera notado mis manos temblando. De los nervios y la distracción de verla, en vez de regresarle su cigarro le di el mío, y me fui sin darme cuenta. Cuando fumé mi cigarro me percaté que no era el mentolado Salem que hasta hace poco tenía en mis labios apagado. Volteé a verla de inmediato, y ella miraba extrañada el cigarro que fumaba, lo miraba como pensando “¿Qué carajo pasó?” Seguramente preguntándose cómo mágicamente había cambiado su cigarrillo Hamilton a sabor mentolado. Se sonrió bonito y me miró riéndose, con un dedo me hizo señas para que me acercara a ella. “Discúlpame, me equivoque” le dije algo avergonzado. Ella seguía riéndose y mirándome con ternura. “¿Qué cigarro es?” me preguntó con cariño. “Salem” le respondí. Lo miró y lo saboreó con interés. “Está rico, me gusta. ¿Me lo puedes regalar?” me pidió. Yo por dentro pensaba, que si me pedía le regalaba toda la cajetilla entera. “Claro, te lo regalo” le dije con cariño, tratando de conservar la calma y no saltar en un pie. Me miró sonriendo bonito de nuevo. “Gracias, muchas gracias” dijo con aquella voz tan linda.
Las luces de colores intermitentes iluminaban su rostro pálido. Se veía tan linda a esa edad, apoyada en la pared de aquella discoteca de la playa. Saque valor para preguntarle qué hacía sola. Dijo que esperaba a sus amigas demoronas. Seguía fumando el cigarro equivocado, mi cigarro que hasta hace poco había estado en mis labios sin encender, y que ahora estaban en sus lindos labios rojos. Eso era lo más cercano a un beso, pensé.
Empezó a sonar la canción “A tientas” de “Duncan Dhu”  le pedí para bailar. Ella sin decirme nada me agarró de la mano, me jaló y caminamos así hasta estar cerca de las luces. Fue la primera vez que bailé con ella. Nunca olvidaré esa canción, hasta ahora la recuerdo. Desde esa noche, ella no dejó de sonreírme así de bonito por casi un año. Después de un rato salimos de la discoteca y nos fuimos juntos a caminar cerca a la playa. Ella sin dejar de tomarme de la mano, caminaba delante mío como llevándome donde ella quisiera, y yo dejándome llevar a donde ella deseara. Yo desde atrás miraba sus delicados hombros y sus femeninos brazos, su cabello ensortijado que caía tan natural por su espalda. Nos sentamos en un muro cerca a la playa, saque dos cigarros y empezamos a fumar juntos. Ella por ratos me miraba y se reía, y yo sorprendido que no soltara mi mano. Era como si nos conociéramos de mucho antes, cómo si nos sintiéramos tan a gusto juntos. Hacía algo de frio en la playa, pero no nos importaba, seguíamos ahí sentados los dos muy juntos.
“¿Piensas regresar a Ipanema?” Me preguntó. “No lo sé. ¿Y tú?” pregunté. “Yo quiero quedarme contigo” me dijo. Nos miramos y sonreímos juntos. Se acercó a mí, y nos dimos un beso. El sabor dulce de sus labios combinado con el sabor mentolado era mágico esa noche. Nos quedamos ahí casi toda la noche, viendo el Mar y besándonos por momentos. Me pidió que la acompañara a regresar a su casa. Caminamos cerca a la playa, su casa quedaba algo distante de la discoteca. Yo por dentro pensaba; mientras más lejos esté su casa, mejor. No quería que se acabe ese momento cerca a ella. No quería que se acabe esa noche, deseaba que se quedara así. Caminamos despacio, sin apuro, ambos de la mano. A veces nos deteníamos en algún lugar algo oscuro, nos soltábamos las manos y nos abrazábamos fuerte. 
Al llegar a su casa, me pidió que no hiciera ruido. Se acercó a la inmensa puerta de su cochera, empujó aquella pequeña puerta del centro y se abrió. Me jaló de la camisa y me dio un beso intenso. “Gracias por la bonita noche chico Salem” dijo susurrándome. “A ti chica Hamilton” le respondí. Ella se rió, se puso la mano en su boca para no seguir haciendo ruido. Me soltó la mano, me dio un beso rápido, se agachó y entró por la pequeña puerta de su cochera. Aquella noche regresé caminando a mi casa tan relajado, tan enamorado, tan pensativo, que tardé en dormirme.

***