martes, 14 de junio de 2016

Sin ella no hubiera sido igual.




Alicia está sentada a mi costado, relajada, mirando por la ventana. Los dos juntos sentados en un bus viajando al Sur. Ella me pregunta sin dejar de mirar afuera “¿Por dónde estamos?” Cerca a Cerro Azul, le respondo. Ella sigue mirando por la ventana. Sin avisarle, y con cuidado le pongo los audífonos de mi Walkman Sony, y le hago escuchar una canción linda de Michael Jackson, ella sonríe, mueve la cabeza, siguiendo el ritmo, me mira y me sonríe bonito. Ella levanta la voz y dice “está linda”. Yo la quedo mirando y encantado de verla contenta, contemplando su sonrisa. Estamos viajando a Paracas, a pasar dos días cerca al Mar. He alquilado una pequeña casa para quedarnos esos días por allá. He pedido a un amigo de la zona que me haga el favor de comprar lo necesario para dos días lejos de Lima. Bastante helado de chocolate y menta, hielo, agua con gas, fruta,  jugo de naranja y Vodka. Lo demás lo llevamos nosotros en las mochilas. Alicia en el camino se queda dormida, deja caer sus zapatillas, sube sus pies, se pone cómoda, la abrazo y nos quedamos dormidos.
Bajamos en el cruce de Pisco, tomamos un taxi hasta Paracas. El aroma a Mar nos avisa que estamos cerca a la playa. El taxi nos deja en la puerta de la pequeña casa alquilada. La casa está pintada toda de blanco, por fuera y por dentro, a excepción de las puertas marones. Alicia la mira con cara de sorprendida. Entramos y revisamos el interior. Tiene lo necesario para vivir dos días de playa; un dormitorio con cortinas oscuras, un baño, una cocina y el refrigerador casi lleno de helados, hielo, fruta y jugo de naranja. En el dormitorio hay un pequeño televisor que creo no lo utilizaremos.
Salimos por la puerta de atrás de la casa y vemos la playa. Paracas nos ha recibido con bastante Sol, nos sentamos en una banca de madera avejentada, bajo la sombrilla de esterilla que tiene la casa en el techo. Está todo en silencio, sólo se escuchan las gaviotas y las olas. Ella se quita su polera, y se queda en su polo corto. “Es muy tranquilo por aquí”, dice ella. “En esta época es muy tranquilo, casi no hay nadie”, le respondo. Decidí venir en esta época de otoño, porque en esta época hay poca gente, mucho silencio, y el pueblo está casi vacío. Solo algunos negocios están abiertos. Son las 3:30 de la tarde y aún no hemos almorzado. Yo no tengo hambre, y parece que Alicia tampoco porque no me ha dicho nada. Ella se pone de pie, “ya regreso”, me dice. Entra corriendo a la casa, y al rato regresa en short y sandalias. Yo estoy en bermudas, ella me toma de la mano y me jala corriendo hacia la playa, tira sus sandalias al aire, y yo mientras corro hago el esfuerzo de quitarme las zapatillas mientras ella me jala, corremos hasta la playa. Ella entra al agua hasta las rodillas y me abraza fuerte de la cintura. “Está lindo aquí, gracias. Paracas es muy lindo”, me dice. Me da un beso y me queda mirando con una sonrisa, sonrisa que esconde un pensamiento que sólo ella sabe, y que creo no se atreve a decirme.
Salimos corriendo de la Playa, ella delante mío. Corremos porque la arena de la playa nos quema los pies. Ella entra corriendo a la casa y me dice que me espere. Me quedo sentado en la banca de madera, quitándome la arena de los pies. Ella regresa con dos cucharitas de metal en la boca y un litro de helado en cada mano. Me da uno y extiende su cabeza hacia mí para que tome una cucharita de su boca. Me ha dado un litro de helado de Menta, ella sabe que me encanta el helado de Menta. Ella ha elegido helado de chocolate. Choca su cucharita con la mía, y dice “¡Salud!”. Nos quedamos ahí sentados juntos, tomando helado, mientras miramos el Mar de Paracas.

A ella la conocí en una fiesta, en un matrimonio. Estaba sentada sola en la misma mesa que me tocó sentarme a mí. Estaba muy seria, cómo molesta e indiferente a todos. Le pregunté a un amiga si la conocía, y me contó algo sobre ella. Yo había ido solo a esa fiesta, a la que me animé a ir a último momento.
Me puse de pie para ir al bar y traerme un trago. Pasé por su lado y le pregunté desde lejos si quería que le trajese algo de tomar. Me miró, y dijo "Sí, un vodka con naranja por favor". Qué casualidad, yo me iba a pedir lo mismo, pensé para mis adentros. Mientras caminaba hasta el bar, miré hacia atrás, hacia la mesa, y vi que ella me miraba, cómo algo sorprendida, cuando se dio cuenta dejó de mirarme discretamente. Al regresar, si puedo, trataré de preguntarle de por qué me miraba, me dije. Traje los dos tragos, y le di su vaso a ella. Me agradeció con cariño. Acercó su vaso al mío, lo chocó y dijo "Salud". Empezamos a conversar, y me contó casi al final que su enamorado debía estar ahí con ella, pero él nunca se apareció en la fiesta. No pregunté más. Aquello ya lo sabía, mi amiga me lo había confiado secretamente horas antes cuando pregunté sobre ella.
La noche se nos pasó rapidísimo, yo que pensaba solo ir una hora, me quede toda la noche, bailando a veces y brindando con ella. Esa noche, no le pregunté de por qué me miraba cuando caminaba al bar. Me lo contó tiempo después, cuando salíamos secretamente, según ella porque no quería que sus amistades la vieran salir con otro chico al poco tiempo de haber terminando con su enamorado. 
Me dijo que se había avergonzado un poco, porque no quería que yo pensara de que ella era una borracha brava, y le había pedido un trago sin siquiera conocerme. Cuando me lo dijo así, de esa manera, me reí como media hora, y me volvía a reír cada vez que recordaba esa palabra que ella dijo “una borracha brava”.


Tirados los dos en la cama, hablando de quien entrará primero a la ducha. Alicia me dice que ella entrará primero porque ella es dama, y las damas siempre son primero. Yo le digo que yo estoy más cochino que ella, y que en honor a la limpieza y la cochinitúd, merezco más que ella entrar primero. Ella da una risotada y se revuelca de risa en la cama, yo la quedo mirando, un tanto sonrojado. Ella me mira y vuelve a reírse. Se calma y me ve ahí recostado viéndola, se me acerca bien pegadito, y me dice en el oído; “Porque mejor no entramos los dos juntitos”. Me toma de la mano y caminamos en silencio al baño, nos desnudamos, y entramos de la mano a la ducha. Dejamos que el agua nos caiga mientras nos besamos. El agua está tan fría que ella no la soporta, me suelta un momento y se pone a un costado con los brazos cruzados, dudando de volver a entrar. Ya la jalo hacia el centro y la abrazo fuerte para que el agua fría nos moje a ambos. Ella se deja, y me queda mirando con una expresión de que se vengará después. Luego me besa fuerte, sin soltarme. Hacemos el amor en la ducha, temblando un poco de frio. Al rato parece ya no importarle el frio, el agua fría nos cae por todos lados. Nos quedamos largo rato en la ducha, ya el frio no nos importa. Ella me arrincona a la pared y me abraza fuerte, se apega bien cerca a mí. La tomo de la cintura, y poco a poco nos recostamos en el piso de la ducha, ella me mira de manera intensa sin decirme nada, nos movemos ahí en piso, cómo exfoliándonos suavemente las espaldas, ella primero abajo y luego yo. Ella termina recostada en mi pecho, cerrando sus ojos por un momento. Yo le acomodo con delicadeza su cabello hacia un lado, sintiendo su respiración agitada, calmándose poco a poco.


Salimos de la ducha cubiertos de toallas, nos sentamos en el piso de la cocina, ambos frente a frente. Abro el friobar y saco dos vasos helados, pongo un poco de vodka con jugo de naranja. Le doy uno a ella, y brindamos. Ella lo prueba y luego se lo toma todo sin parar. “Sírveme otro, por favor” Me pide dándome su vaso. Sin decirle nada le sirvo otro trago más. Ella está con su cabello húmedo, me pongo a su costado, y ella reposa su cabeza en mi hombro. “Si pudiera, quisiera venir seguido acá, dice ella, me agrada todo”. Vístete, para ir a comer algo afuera, le digo. Ella se termina lo que quedaba en su vaso de un solo golpe. Se pone de pie, se deja caer las toallas, y queda toda desnuda, me jala del brazo. “A quien le importa comer, ahora sigamos haciéndolo, pero en la cama”, dijo decidida.