domingo, 17 de agosto de 2008

Me estoy acostumbrando a vivir lejos de ti. (Y me duele..)

Cada vez que alguien me preguntaba por ti, se me hacia un nudo en la garganta. Me perdía un momento en los recuerdos que tengo de ti, y no sabia que responder.
Lindurita, veo que ya te acostumbraste a vivir lejos de mi, ya no lloras como llorabas cuando me despedía de ti en la casa de tu mami. Y llorando me hacías firmar un papelito en donde me hacías prometer que regresaría pronto. Y yo me iba con el corazón roto, y los ojos mojados, muerto de miedo porque no sabia que me pasaría con tanto dolor. A veces deseaba quedarme a dormir en el jardín de la calle, para solo sentir que estaba cerca de ti.
Una noche no aguante verte llorar tanto y te lleve de regreso conmigo, no pudimos llevar a tu perrito con nosotros, y nunca voy a olvidar lo que dijiste cuando te despediste llorando de tu perrito: “Es muy triste tener perritos.” Lo triste amor, fue sentir que tan pequeñita ya sentías tristeza en tu corazón.
En las madrugadas me levantaba de la cama y miraba para el lado en donde estaba tu cuna, un lugar ya vacío, que me dejaba perdido cuando lo miraba. Ya no estás ahí lindurita, me he quedado solo, ahora lejos tú de mí.
“Que lindo me sonríe la vida cuando tus ojitos negros me quieren mirar”
Perdóname amorcito, por condenarte a vivir lejos de mí, y a que te acostumbraras a vivir lejos de mí. Me hace sentir mejor saber eso, pero a la vez, también me duele. No te vayas nunca lindurita, porque yo sin tí no podría vivir.

lunes, 21 de abril de 2008

Un baño, urgente...

Llevaba cerca de treinta minutos sacando copias al libro que la doctora Claudia me había pedido. Abrieron la puerta del comedor, e ingreso el licenciado Estupiñán, se me acerco y pregunto:
–Adrián, ¿te falta mucho?
–más o menos, licenciado, ¿Por qué? –le pregunte sin dejar de sacar copias.
–Sabes, quiero que me hagas un servicio, pero tiene que ser ahora. –me dijo sonriendo, agarrando un sobre en sus manos–.
–Llévale este sobre a la doctora Rocío Céspedes, ella trabaja en el quinto piso, en adquisiciones. ¿la conoces? –dijo el.
–Si, licenciado, la conozco, pero, la doctora Claudia me ha pedido estas copias, yo voy pero por favor avísele que voy a llevar este sobre por encargo de usted, no quiero que ella venga y no me encuentre aquí, haciendo lo que ella me ha pedido.
–No te preocupes, yo le aviso, yo le digo que te he pedido este favor, y que no te vas a tardar mucho. –me indico.
Me dio el sobre. Él se retiro contento, como aliviado. Salí del comedor y subí al quinto piso por el ascensor privado. Ya sabía donde trabajaba la doctora Rocío Céspedes. No me tomo mucho tiempo encontrarla. Ella era una chica muy joven, de carácter serio.
–Doctora Céspedes, buenos días. –la salude. Ella me miro sin hacer ningún gesto.
–Hola, Adrián, que milagro por aquí –me saludo–. De seguro te ha enviado el licenciado Estupiñán.
–Si, doctora, vengo de parte de él, le envía este sobre.
Ella tomo el sobre y lo abrió rompiéndolo sin cuidado, de manera brusca. Saco el documento y lo leyó con mucho interés.
–Dile al licenciado que lo voy a matar, este documento se lo pedí ayer.
Puso el documento encima de un grupo de papeles.
–Bueno doctora, eso es todo. Gracias.
–Gracias, Adrián. Chau.
Saliendo de la aquella oficina distante, mi estomago me sorprendió con un dolor agudo, me detuve, tuve la necesidad urgente de un baño. Camine muy despacio, agarrándome el estomago y llegue a los baños de ese piso. La puerta estaba abierta, me pare en la entrada, y me di cuenta que esa puerta era el baño de damas, el de caballeros estaba al costado. Camine arrastrando mis pies hasta ahí y empuje la puerta e ingrese. Era un baño muy pequeño, solo un lavatorio para manos y una división en donde esta el inodoro. No había nadie. Quise abrir la puerta de la división en donde estaba el inodoro, empujándola toscamente. No se abrió estaba cerrada.
–¡Ocupado, carajo! –gritaron desde dentro, con voz ronca.
–Puta madre, que piña –dije lamentándome, aguantando el dolor. Espere ahí adentro, con las manos en el pantalón y la cabeza apoyada en la pared. Empecé a sudar frío. Me retorcía de angustia. Parecía que me estaba trasformando en hombre lobo. Espere pocos minutos. Toque nuevamente la puerta a la persona que esta utilizado el inodoro.
–Disculpe señor, ¿se va a demorar mucho? –le pregunte, casi en tono de suplica.
–¡No me jodas carajo! –me respondió gritando y golpeando las paredes de la división haciéndolas temblar fuertemente como si fueran a caerse–. Vuélveme a tocar la puerta y salgo y te saco la entreputa jijuna de mierda.
–Por la puta madre. ¿Quién chucha esta cagando ahí, un trabajador de construcción civil? Ya te jodiste mierda–dije para mis adentros. Me molestó mucho lo que me dijo. Me quede pensando. Me acerque al lavatorio y me quede mirándome en el espejo. Debajo del lavatorio había un balde plástico de pintura vacio que era utilizado para el goteo del lavatorio. Lo agarre. Abrí el caño muy despacio y lo llene de agua sin hacer ruido. Como echando despacio cerveza en un vaso para que no salga mucha espuma. El balde quedo lleno de agua. Por un momento dude en quitarle algo de agua, pero no, lo deje así. Me acerque sin hacer ruido. Levante el balde hasta donde terminaba la división en donde estaba metido el cagón malcriado. Lo hice con cuidado, sin que se caiga el agua y delate mi pendeja intensión. Cuando el balde ya estaba ahí arriba lo volteé y deje caer toda el agua de golpe y salí corriendo. Abrí la puerta y huí de ese baño mirando hacia atrás, como huyendo de un asesino, de una bomba a punto de explotar, tomándome el estomago con una mano. Pude escuchar que el tipo dio un grito atroz y maldecía a gritos la existencia de la humanidad.
–Ojala que a nadie se le ocurra entrar a ese baño ahora, porque si lo hace ese trol lo mata. –pensé mientras corría agitado.
En el pasillo intente caminar despacio, disimulando. La puerta del baño de damas aún estaba abierta, al pasar por ahí, observe que no había nadie. Me detuve, retrocedí, mire a los costados, no vi a nadie. No lo dude y me metí al baño, y cerré la puerta. Ingrese a la división donde estaba el inodoro, asegure la puerta. Pocos minutos después sentí un alivio relajante, como si me hubiera quitado un gran peso de encima. Suspire varias veces de alivio. Me quede relajado, aliviado. El terror que sentía ya había pasado.
La próxima vez que me pregunten ¿Qué te hace suspirar? Responderé: cuando voy al baño. –me dije secándome la frente.
Escuche que empujaron despacio la puerta del baño. Yo calladito levante mis pies para que no vean mis zapatos por la parte de abajo.
–No hay nadie, ven –dijo murmurando una chica–. Apúrate, entra.
Se escucharon los tacos. Cerraron la puerta. Y se rieron.
–Ay hija, por fin salgo de esa oficina, el doctor quiere que este una como esclava todo el día en mi escritorio. –dijo una de ellas.
–Ay, yo encantada seria su esclava de ese papacito. Me encanta a morir el doctor, esta regio. –dijo la otra con notorio placer al hablar.
–No seas loca oye, el doctor es casado.
Yo estaba calladito. Encerrado, sentado en el inodoro. No hacia ruidos. Si hubiesen entrado cinco minutos antes es seguro que hubieran escuchado sonidos extraños aquí.
–Ay, no se, yo por él seria capaz de pecar, seria capaz de hacer lo que él me pidiera.
Una de ellas soltó una carcajada. –No seas veleta, déjate de decir pavadas y pásame uno. –dijo la que parecía ser la más centrada. No sabía a que se refería con eso de “que le pase uno”
–Toma, este es bueno, ya lo he probado, es riquísimo. –dijo la chica que deseaba ser esclava. Yo, seguía ahí, sin moverme, sin hacer ruidos. Mire mis zapatos, y los levante más para que ellas no los vean. Se escucho el sonido de un encendedor. Instantes después, se pudo oler el humo de cigarrillos. Las chicas habían ingresado al baño a fumar. El olor del humo era un tanto extraño, era un aroma un tanto dulce y penetrante. Ojala no sea otra cosa –pensé asustado.
–Ay hija, ya no soporto esa bulla de mierda, de esa gente que hace escándalo afuera. –dijo tosiendo la más atrevida de las dos.
–Déjalos, están pidiendo con justa razón que les aumenten su sueldo.
–Pero como joden, oye, en la mañana al ingresar casi me cae un huevazo que me lanzo un cholo de mierda. Yo lo mire con desprecio. Aj...
Me daban ganas de reír, por la cosas que hablaban, y del nerviosismo de estar ahí escondido, esperando que se vayan.
El baño se lleno de humo.
–¿Donde voto el pucho? –pregunto una de ellas–. No veo el tacho de la basura. Que mierda, lo voto al lavatorio.
–Abre el caño para que pase y no se quede ahí.
–Quiero fumarme otro, china, estuvo riquísimo. Vamos a quedarnos un rato más. –dijo la más atrevida, riéndose–. No se van a dar cuenta, te lo juro. Charito nos esta cubriendo. No va ha pasar nada.
–No, mujer, mejor vamos avanzando, ya ha pasado mucho tiempo. Si el doctor se da cuenta a la que reñirá será a mi, y no a ti.
–A mí que me riña, que me muerda, que me pegue, que me azote, me apriete, que me haga gritar, yo encantadísima de la vida. –dijo chupándose los dientes, la más atrevida.
(Ya me empezaba a justar la manera de hablar de aquella mujer…)
Se escucho que abrieron la puerta y la volvieron a cerrar fuerte.
–Lávate las manos, ese olor es fuerte, se pueden dar cuenta.
–Gaby, este cigarro me ha dejado media tonta, oye.
–No digas piedras y ya vamos Zaidy, que el jefe ya debe de haber regresado, apúrate.
–Ay, que rico, quisiera verlo de nuevo, y que me pida todo, yo se lo doy todo…todo.
–Déjate de hablar huevadas, oye y camina. –dijo la más centrada.
Cerraron el caño del lavatorio y abrieron la puerta. No se escucho ruido.
–Ahora es cuando, sal de aquí antes que vengan más chicas a fumarse un pitillo a este baño. –pensé.
Salí de la división en donde estaba el inodoro. Abrí un poco la puerta del baño, saque la cabeza, mire, no había nadie en los pasadizos. Salí y volví a ingresar al baño de caballeros a lavarme las manos.
Un tipo muy gordo, con cara de asesino, con la camisa y la corbata desarreglada salio todo mojado de la división en donde está el inodoro. Estaba maldiciendo a todas partes. Era el mismo tipo que minutos antes me había insultado desde dentro del baño, y al que yo le había aventado un balde con agua. El gordo con cara de asesino tenia el balde en su mano. Yo lo quede mirando, trataba de mantener la calma. No le dije nada, estaba seguro que si yo hablaba me reconocería la voz de inmediato, y me estrangularía ahí en ese baño y me dejaría votado en suelo.
Conservé la calma, todo lo que hacía lo hacía muy despacio, muy lento. Me acerque al urinario y me quede parado ahí. Había un silencio angustioso y terrible ahí dentro. El tipo tenía el balde en una de sus manos, se miraba en el espejo lo mojado que estaba, poniendo cara de querer matar a alguien. Era algo calvo, y los pocos pelos que tenia en la cabeza los tenia mojados, y los tenia en toda su cara.   
Me lave las manos con jabón líquido, en calma. Me arregle la camisa y el nudo de la corbata. Mirando de reojo al tipo todo mojado. (Por si acaso)
–Oiga ¿tiene papel higiénico? –me pregunto el tipo con una voz gruesa. Yo me quede en silencio un momento, como pensando qué hacer, qué responderle. Él me quedo mirando, como esperando mi respuesta. No le respondí, no hable, solo le hice "no" moviendo la cabeza. Si decía algo estaba seguro me reconocería y mataba a golpes. Él seguía diciendo groserías para si mismo. Abrí la puerta y salí del baño, muy despacio, en calma. En los pasadizos de regreso a la oficina pensé, estos baños son peligrosos.


Pollo Broaster.


Cuando llegue al lugar donde estaba la fotocopiadora, pude sentir un olor desagradable. Ingrese más adentro en donde trabajaban Anselmo y Ruperto, ellos no estaban, pero el lugar en donde ellos trabajaban, ahí el olor era más escandaloso, casi insoportable. Me tape la boca y la nariz. Ingreso una chica de limpieza, con un balde y una escobilla.

–Han tirado huevos podridos, joven. –me dijo la chica, moviendo la cabeza en señal de desaprobación. Los ruidos de afuera que hacían los huelguistas eran muy fuertes, tenías que gritar para que te escuchen.

–¿Y, Anselmo y Ruperto, donde están? –le pregunte gritando a la chica. Ella miro a los lados, y levanto los hombros. Como diciendo; no se.

Se puso a limpiar las manchas amarillas que había en las ventanas y el piso.

Yo agarre el libro y las copias, y me retire a mi oficina. En mi escritorio encontré una nota que decía: Adrián. Urgente, tienes que ir al hospital Rebagliati, donde Jessica a recoger el resultado de una resonancia magnética. Gracias, doctora García.

–Silvana, voy al hospital a recoger un documento para la doctora García, ya regreso –le avise, dándole la nota, ella la miro y acento con la cabeza.

–No te demores mucho, por favor, no me dejes sola con el trabajo.

–Okay, no demoro.

Agarre mi saco y salí de las oficinas. No pude salir por la puerta principal. Estaba cerrada en precaución que los trabajadores en huelga fueran a meterse. Salí por una puerta de emergencia, al costado del edificio. Camine hasta llegar al ingreso del hospital. Llegue donde estaban los ascensores, me pare frente a ellos y espere que venga uno. Subí en el primero que bajo. Cuando el ascensor empezó a subir, sentí un mareo, me asuste un poco, me agarre de la pared. Cuando la puerta se abrió en el cuarto piso el mareo paso. Se cerró suavemente la puerta y nuevamente sentí un peso extraño en mi cabeza. Me di cuenta que era el ascensor el que me provocaba ese malestar. Al abrirse la puerta en el octavo piso, que era piso donde iba, baje apurado, camine a unos muebles y me senté. Ahí sentado espere a sentirme mejor. Después de unos minutos me levante y me dirigí a la oficina donde debía recoger aquellos resultados. Al caminar por los pasillos, algunas puertas de las habitaciones en donde estaban los pacientes internados se encontraban abiertas. Voltee la mirada y mire algunas habitaciones. Algunas tenían las camas vacías. Al pasar por unas de ellas vi a un paciente que estaba recostado en una cama con la parte de la cabecera muy levantada, casi como para estar sentado. El paciente tenía puesto en los ojos un antifaz para dormir. Di unos pasos más y me quede con la sensación que conocía a esa persona. Me detuve extrañado. Retrocedí y volví a mirar desde afuera a esa persona. Era un hombre joven, de piel blanca, más bien parecía pálido. Tenía el cabello muy recortado y tenia crecida la barba. Lo reconocí, era un compañero de trabajo que no veía en meses. Se llamaba Ricardo. Lo conocía de años atrás. Habíamos trabajado juntos en otra área cuando recién ingrese.

–¿Qué le pasará? –me pregunté. Me pare en la puerta. Dude en saludarlo, mire a los costados, pensé en continuar con mis cosas y no saludarlo. El parecía dormir. Ingrese a la habitación y me puse su costado. En la otra cama había otro paciente, un anciano, muy delgado que hacia mucho ruido al dormir.

–Ey, Ricardo –le dije tocándole el hombro. Él reacciono asustado, se quito la mascarilla y me miro.

–Hola Adrialino, ¿Que fue?. –dijo con dificultad, no podía hablar bien–. No dejas dormir, carajo.

–Adrián, imbécil –le corregí. El miro a todos lados asustado. Se acomodo mejor en la cama. Se refregó los ojos y bostezó.

–Ya se, ya se, ¿has venido solo? –dijo con voz apagada.

–Si, solo. Disculpa que te haya despertado. Es que pase y te vi, y pensé, ¿que te abra pasado?. No sabía que estabas internado. De suerte te he visto. ¿Qué tienes, que te pasa?

–Ahí cholito, jodido, jodido pues –dijo haciendo gestos de dolor–. ¿No sabias que estabas aquí?

–No, no sabia, si no paso por aquí ni me entero.

–Ya tengo varios días aquí, cholito, ya me quiero ir. Este viejo de mierda no me deja dormir –dijo señalando al anciano del costado.

–¿Qué te pasa, Ricardín? ¿Por qué estas aquí? –pregunte.

El miro al techo. Tomo un poco de aire. Cuando respiraba hacia gestos de dolor. Hablada con dificultad. Se puso una mano en el pecho.

–Una huevada. Los pulmones me están jodiendo. –dijo adolorido–. Tengo líquido en los pulmones.

–Carajo, esa cojudes duele. —dije.

–No. A mi no me duele. –me explicó. Solo no me deja respirar bien. Me fastidia un poco.

–Si serás serrano, Ricardín, se nota que te duele. Pero, ¿el líquido es de que?.

–No se, cholito. Ya me sentía mal, la última noche no aguante más y me trajeron de emergencia. El doctor quiere operarme.

–¿Así? Carajo o sea es delicada la cosa.

–Está cojudo. Yo no quiero que me operen. Le he dicho al doctor que no me operen. Ayer… vino un amigo… que trabaja aquí en el hospital. Le he dicho que hable… con el doctor para que no me operen. —dijo con dificultad.

–Ricardo, pero si tienen que operarte, deja que te operen. –le dije—. Debe ser lo mejor.

–Vamos a ver que me dice el doctor… aún no esta seguro.

–Bueno. ¿Y te han venido a visitar los amigos? –le pregunte.

–Acento con la cabeza. Se había cansado de hablar. Me señalo un cajón de la mesita de noche. Lo abrí. Había un rollo de papel higiénico.

–¿Deseas papel? –le pregunte.

Extendió su mano. Se lo di, y escupió en un pedazo de papel higiénico. El miro lo que había escupido, había un poco de sangre en el papel. Me sorprendí.

–Cholo estas mal –dije preocupado.

Se puso de costado y tiro el papel a un tacho. Se le veía muy cansado.

–Nada, no es nada, me hubieras visto el primer día que ingrese. –dijo esforzándose–. Ese día se estaba hasta las huevas, jodido, pensé que me iba a morir.

–Vaya Ricardín.

–Quiero que me cambien de habitación. Quiero una habitación privada. Este viejo de mierda no me deja dormir, toda la noche se queja. –dijo renegando—. Me dan ganas de levantarme y pegarle para que se quede dormido y no joda.

–Por ahora ponte algodón en los oídos, eso ayuda cuando hay mucho ruido.

Abrió los ojos muy grandes. –Claro. Tienes razón. Ahí tengo algodón. Buen dato. –dijo animado. –Bueno Ricardo. Yo me retiro tengo que hacer unas cosas.

–Cholito, antes de irte hazme un favor. –me pido haciendo un gesto de suplica.

–Claro, dime.

–Me cago de hambre, cholito. Cómprame afuera un pollo broaster, con bastante mayonesa. –dijo relamiéndose.

–¿Qué no te dan de comer aquí?

–Esa cojudes que me dan, no es comida, cholito. Una dieta de mierda, una cojudes.

–Pero si estas con dieta, no puedes comer otra cosa, pues.

–Nada. Huevadas, me cago de hambre. Ya pues cholito, a tu pata. –me rogó.

No sabia que decirle. No sabía si estaría bien, comprarle eso. Le podría caer mal y por mi culpa empeoraría.

–Ricardo eso te puede caer mal, huevón. ¿Si te pones mal? —dije para que se desanime—. Además no tengo plata.

–No cholito. Mira, solo compra pollo broaster con papas, sin ají. Así no más. Eso no hace nada. –me decía con angustia–. Me cago de hambre, tú sabes que yo siempre he sido de buen diente, de buche grande, y ya tengo tres días comiendo esa mierda de dieta, que no me llena nada.

El buscó en su bolsillo, saco un billete de veinte soles, me los enseño y me los metió en el bolsillo del saco.

–No se, huevón. Me pones en compromiso. ¿Y si los vigilantes no me dejan entrar con el pollo? Los vigilantes no dejan entrar comida. –Dije arrepintiéndome de haber venido.

–Yo te conozco, tú sabes como hacer. Tú casi eres el dueño de aquí. Cholito es un favor que te estoy pidiendo. –dijo extendiéndome el brazo, tomando el mío.

Me pidió con tantas ganas que no dude que tuviese hambre. La verdad tenía cara de hambre. Lo vi tan angustiado que le acepte.

–Bueno, ya pues. Pero, una cosa. –acepte con una condición.

–Ya dime. –dijo saboreándose, frotándose las manos.

–No le vayas a decir a nadie que yo te traje ese pollo. ¿Okay? Porque si te mueres por comer eso, no quiero que nadie lo sepa.

–A nadie. No te preocupes, cholito. Me llevo ese secreto a la tumba.

–Ya, ya, no exageres, carajo, espérame que ya regreso. Putamadre todo lo que uno tiene que hacer por ti. —dije lamentándome.

El soltó una carcajada, y se agarro el pecho haciendo gestos de dolor.

–Cholito pero no me vayas a engañar. –dijo tosiendo.

–¿En que?

–Si te vas, y no regresas. –dijo mirándome preocupado.

–No seas huevón, ya te dije que si. Solo espérame.

Salí de la habitación. Camine hasta la oficina donde debía recoger los resultados. Me atendió la secretaria, Jessica. Me pido que esperara unos minutos. Salí de la oficina y me dirigí donde están los ascensores. Recordé el mareo que me habían dado. Baje por las escaleras. Salí del hospital. Cruce la pista y entre a una panadería. Vendían desde panes hasta menús al paso. Pedí una porción de pollo broaster para llevar. Sin ají. Y poca mayonesa. Me dieron el pollo y salí de la panadería. Ingrese a una bodega y compre una Inka Kola de medio litro.

Regrese e ingrese apurado por la puerta principal del hospital. Dude en subir por las escaleras. Los ocho pisos no iban a ser fáciles de subir. Ni hablar. Maldiciendo mi suerte subí por el ascensor. Estando dentro de él, poco a poco, y para mala suerte mía en los demás pisos subió más gente y el ascensor se lleno hasta estar repleto. El olor a pollo broaster en ese pequeño espacio se hizo notar.

–Hay que rico huele. –dijo una señora vestida de enfermera–. Huele a pollito rico.

Calla vieja de mierda, me vas a cargar el plan. –pensé poniendo mi cara de ¿Cual pollo?. Las demás personas también sintieron el olor a pollo, miraban a todos lados, buscando de donde provenía ese olor. Yo seguía serio. Nadie dijo otro comentario.

Al salir del ascensor el operario me quedo viendo con cara de preocupación. Me vio que llevaba la bolsa con el pollo escondida a mis espaldas. Seguí caminando muy serio. Este es mi trabajo, carajo, no jodan –pensé.

Llegue a la habitación. Ricardo estaba sentado a un lado de la cama rascándose la cabeza con ambas manos. Cuando me vio dio un respingo y se puso de pie, camino con un viejito adolorido y se me acerco

–¿Que fue cholito? ¿afirmativo?

–Aquí esta tu pedido huevón. –le dije enseñándole la bolsa–. Todas las huevadas que me haces hacer imbécil.

–Ayúdame a ir al baño. –me dijo quejándose.

—¿Al baño, para que? ¿No que no habías comido nada? —le dije bromeando de mala gana.— Se agarro de mi brazo y caminamos al baño. El viejo de la otra cama roncaba como jodiendo a propósito. Nos metimos los dos al baño. Cerré la puerta. El orino apoyándose en la pared. Se quejaba al orinar. Se lavo las manos. Abrió la puerta y miro hacia fuera.

–Cholito, ciérrate la puerta del cuarto. –me pidió.

–¿Para que? –le pregunte.

–Para darle tramite al expediente, pues. –me dijo.

—¿Cuál expediente?

—Al pollo pues Adrialino y no te me hagas, que tu eres mas vivo que yo.

Salí del baño y junte la puerta, no la cerré. Me metí al baño de nuevo y cerré la puerta.

–Dame el pollito, cholo, que lo voy a hacer mierda. –dijo extendiendo sus manos.

–No seas huevón. Espera a que me vaya pues carajo.

El se rió agarrándose el abdomen.

–Cholito, estas pálido, parece que estás enfermo –me dijo riéndose.

–Calla, mierda. Y no digas huevadas que me llevo el pollo.

–Ya, discúlpame, discúlpame –me respondió riéndose. Se sentó en el inodoro. Tenía los brazos levantados, moviendo los dedos, muy angustiado. Abrí la bolsa le di el taper plástico, el lo abrió, salio valor, olió y se relamió. Le enseñe la Inka Kola. Se sorprendió.

–Te pasaste cholito, me adivinaste el pensamiento.

–Provecho, mierda, y si te mueres, ojala no sea por el pollo broaster.

–No digas eso, cholito, no seas malo.

–Es broma jijuna. Bueno Ricardo, ya me voy. Cuídate.

–Gracias Adrialino, te pasaste. —me agradeció.

Le estaba dando un abrazo cuando tocaron la puerta del baño. Ambos nos quedamos inmóviles, con cara de asustados. Ricardo sacudió su mano por unos segundos, como diciendo: La cagada. Pero después la levanto hacia arriba como diciendo: A la mierda.

Volvieron a tocar, tocaron varias veces, esta vez con más fuerza y desesperación.

—Puta madre, la cagada, seguro son los vigilantes. —dije nervioso.

—No les abras hasta que me termine el pollito, no abras. —dijo Ricardo con voz apagada, asustado porque le iban a quitar su pollo.

—Ocupado, esta ocupado. —dije con voz fuerte. No sé como saque fuerzas.

Volvieron a tocar y se escuchaba que decían algo que no se podía entender.

—Voy a abrir. —dije—. Voy a ver quien es. Ricardo comía su pollo con las manos, comía apurado. Se metía las papas a la boca de apuñados, desesperado.

Abrí un poco la puerta para ver quién era. Y por ese pequeño espacio se asomo un hombre de aspecto fantasmal. Al mirarlo retrocedí un poco de la impresión. Puta si pareces un muerto carajo, pensé. Volví a mirar y reconocí a esa persona que parecía un muerto. Era el anciano de la otra cama.

—Que desea buen hombre? —pregunte con amabilidad. El anciano me hizo unas señales con su mano, señalándome su boca. Al inicio no le entendí.

—¿Quién carajo es? —pregunto Ricardo. Se puso de pie y se acerco a la puerta. Vio al anciano haciendo las señales con su mano. Ricardo cerró la puerta bruscamente.

Tenía la pierna del pollo en la mano y no la dejaba de morder.

—Que te compre tu pollo tu mamá. —dijo masticando. Y se apoyó con el hombro en la puerta.

El anciano volvió a tocar la puerta con agresividad. Como exigiendo que abriéramos o lo dejemos entrar.

—Como jode este viejo jijunagranputa. —dije preocupado.— Con razón lo odias.

Ricardo abrió la puerta un poco, pero sin dejar su taper para nada. Lo tenía abrazado.

—Oye viejo huevón déjate de huevadas y vete a tu cama, no jodas. —Le grito Ricardo.

—Quiero pollo, quiero pollo. —grito desesperado el anciano con cara de muerto.

—Tu mamá que te de. —Le respondió Ricardo intentando cerrar la puerta. Pero el anciano no dejo cerrarla. Tenia fuerza. Ricardo intentaba cerrarla, pero no podía.

—Este pollo es mío viejo huevón, no jodas. —dijo Ricardo haciéndome señales para que le ayude a cerrar la puerta. Yo no sabía cómo reaccionar. El anciano nos había amparado con el pollo en el baño. Y estaba decidido a que le den una parte. Ricardo comía con desesperación, a veces le faltaba el aire.

—Come despacio carajo. —le grite—. Las huevadas que pasan por tu culpa.

Ricardo se reía y hacia gestos de dolor, ambos a la vez. El anciano no dejaba de tocar la puerta. Gritaba, Dame pollo, dame pollo, quiero pollo. Yo pensaba que carajo hago metido en este baño, viendo como se pelean por una porción de pollo broaster. Me agarraba la cabeza, miraba a todas partes, buscando por donde me podía escapar.

–¿Y si le avientas un hueso o un pedazo de pollo para que se calle? –le dije a Ricardo.

–Ni cagando. –Alcanzo a decir con dificultad.

Ricardo abrió la Inka Kola, y la tomo apurado. Lo hizo con tanta desesperación que no pudo contenerla en la boca, y tuvo que expulsarla bruscamente, como hacen los chamanes. Un poco de ella me cayó en la cara. Sentí la gaseosa en la mi cara, en mi camisa. Me quede inmóvil. Ricardo al verme así con la cara mojada de gaseosa, se rio a carcajadas apagadas. Con una mano agarraba el tapar con el pollo y con la otra se agarraba el vientre, de la risa. Al verlo así me dio tanto cólera, que abrí la puerta con tosquedad. El anciano se sorprendió. Tenía la boca abierta y pedía comida con sus manos.

—Permiso carajo. —dije muy molesto, aparte bruscamente al viejo de mi camino y salí sin detenerme. Salí de la habitación secándome la cara con papel higiénico. Camine hasta la oficina de Jesica y recogí los exámenes y regrese apurado hacia las escaleras. Al pasar por la habitación donde estaba Ricardo, sentí el escandaloso olor del pollo broaster. Apresure más el paso y baje por las escaleras como si estuviera huyendo de un edificio en llamas. Cuando llegue a la calle camine más tranquilo, pero seguía molesto.

Llegue a mi oficina entregue los resultados. Me senté en mi escritorio.

–¿Adrian que le paso a tu camisa? –me pregunto Silvana viéndome la camisa algo mojada.

–Tuve un problema en el baño, me salpico agua. –mentí.

Suena el teléfono.

–Adrián tienes una llamada –me dijo Silvana.

–Aló. Buenas tardes.

–Cholito, eres de puta madre, gracias por el pollo. ¿Mañana vienes de nuevo?

–Puede ser. –respondí serio. Se escucho una risa apagada. Colgué el teléfono.