sábado, 7 de mayo de 2016

Con ella, y Europa en el ambiente.



Ella sacó con mucho cuidado un disco long play.
-Voy a poner una canción que te gustará mucho -me dijo-. No sé quien la canta, pero me gusta mucho.
Sacó con extremo cuidado el disco de su funda, como si estuviera agarrando algo muy delicado, frágil y valioso.
-Si mi papá se entera que agarré su disco, me mata. -Dijo sonriendo pícaramente.
Lo puso en el toca disco, y empezó a sonar la canción “Europa” de “Santana”.
Brincó al mueble y se sentó a mi lado y me agarró de la mano.
-Es Santana. –le dije.
-San qué? –preguntó ella interesada.
-Santana, así se llama, Santana.
-¿Santa Ana? No sabía que los santos también cantaban. –dijo ella sonriendo.
-No es un santo, tontolina. –dije riéndome-. Así se llama el cantante. Ella me miró sonriendo, despreocupada.
Aquella hermosa melodía se apoderó de toda la atmosfera de aquella casa bien cuidada. Aquella melodía se llevaba tan bien con ese momento en aquella tarde con ella. Volteé a verla, y ella sonreía, escuchando aquella melodía mágica, aún más mágica con ella a mi lado.
Era la primera vez que ella me metía a escondidas a la sala de su casa, a sentarnos,  escuchar música con total tranquilidad y privacidad.
Toda su familia había viajado y ella se había quedado sola en casa. Me avisó con tiempo para ir esa tarde. Cuando llegué a su casa, estábamos ahí conversando en la puerta de su casa, y en un momento inesperado me tomó de la mano y de un jalón me metió a su sala, y cerró la puerta con cuidado. Me sorprendió mucho que hiciera eso, porque no me avisó que lo haría. Lo hizo inesperadamente bien. Ya estábamos ahí dentro de su casa, los dos.
Mi cara de sorprendido debió ser muy graciosa, porque cuando ella me miró se empezó a reír a carcajadas que tuvo que taparse la boca para que los vecinos no la escuchen.
-Si vieras tu cara te reirías de ti mismo. –Me dijo y siguió riéndose revolcándose en el mueble.
Yo la miraba en silencio, sonriendo de hacerla tan feliz con mi cara de insigne cojudo combinado con asustado, viéndola como se reía en su mueble.
Su casa era una casa bien acogedora, con un aroma a cítricos y a flores, todas las cosas estaban bien ordenas, la decoración no era sobrecargada, era exacta, no había ni más ni menos, lo necesario para vivir cómodo y tranquilo. Me sorprendió todo el orden de aquella casa que olía tan rico y era tan armoniosa.

Ahí escuchando Europa, ella se sentó encima mío, y me empezó a besar con elevada pasión, (a la cual no me opuse) tanta que a veces me dejaba sin aliento y sin aire. Yo por un lado preocupado de que nos hayamos metido a su casa y de tenerla encima mío, besándome así. Y por otro lado con temor de que alguien nos encuentre ahí escondidos, escuchando Europa y besándonos a nuestro regalado gusto.
-No te preocupes, nadie vendrá, ellos vienen en la noche, tenemos mucho tiempo aún. –dijo ella susurrándome lindo al oído sin parar de besarme. Su manera de susurrarme tan suave me dejó como hipnotizado, como acojudado en un trance provocado por la mezcla del sabor de sus besos intensos, su aroma y de Europa en el ambiente.
Yo la miraba callado, y hacía todo lo que ella me pedía, cómo un encantado prisionero de tantos encantos. Todos mis sentidos estaban centrados en ella, por un momento olvidé los temores de estar ahí a escondidas, y le mordía sus labios, le acariciaba su cabello y hacía todo lo que ella me pedía en silencio.
Europa terminó de sonar y ella la volvió a poner de un inicio, y seguimos ahí juntos sin dejar de separarnos.

Cuando la conocí, algunos me decían que ella jugaba a enamorar. Y que podría llegar a ser muy fría y caprichosa. Con el tiempo descubrí que no era nada fría, pero me faltaba descubrir aquello de caprichosa. Cuando la veía pasear por la plaza de armas, me gustaba verla, porque desprendía una energía despreocupada y espontánea. Me gustaba lo libre que era ella, para caminar, para moverse y para sonreír.

Cuando Europa iba por la quinta pasada, tocaron la puerta de su casa. Ella abrió sus ojos enormes, y brincó de encima mío. Miró por la ventana, e hizo un gesto de disgusto.
-Pucha es mi prima. –dijo algo preocupada.
Yo seguía ahí sentado en su cómodo mueble, viéndola arreglarse su cabello desordenado, su polo y su short.
Me dijo que era “imperativo” de que ella, su prima, no nos viera aquí dentro de su casa.
Yo no entendí mucho eso de “imperativo” pero sí comprendí que ella no quería que su prima nos encontrara aquí en la sala de su casa a los dos solitos, algo acalorados y con las ropas bastante desordenadas.
-¿Qué deseas que haga? –le pregunté con una calma que rosaba con la conchudez, cómo si no me importara que nos encontraran aquí juntos. Eso había provocado sus besos, que luego de tantos besos intensos, ya nada me importara.
Ella me miró, y me dijo con la voz bien bajita:
-Ve al jardín de al fondo y escóndete hasta que yo te avise.
Me puse de pie, y miré a todos lados como preguntándolo, dónde estaba ese jardín. Ella puso sus manos en mi espalda y me empezó a empujar con cariño, llevándome a su jardín que quedaba al fondo de su casa. Era un jardín inmenso, que me sorprendió de verlo.
-Escóndete por favor. –me pidió ella y se fue a la sala.
Había una inmensa planta de maracuyá que cubría toda una pared del jardín, como una inmensa sabana verde que y escondía y tapaba esa pared. Me escondí ahí, me senté en el suelo a esperar debajo de aquella inmensa planta. A los pocos minutos, ya me empezaba a picar el cuello, las manos y el rostro. Eran los insectos. Al inicio no les di importancia y seguía escondido ahí, aguantando las picaduras y la angustia de salir de ahí. Ella demoró mucho. No soporté estar más tiempo metido dentro de esa planta, y salí. Arrodillado me empecé a sacudir las arañas y los demás insectos que tenía en mi cabello y mi ropa. Vi que la pared de su jardín no era muy alta. La trepé, subí a la pared y empecé a caminar hasta su techo, me quedé ahí un momento. Luego seguí caminando en dirección opuesta a la puerta de su casa. Pasé por las paredes de los corrales y jardines de sus vecinos, avanzando con la firme intensión de llegar hasta la calle de atrás. Una señora ya de edad me vio sorprendida como caminaba por la pared de su corral, ella miró con la boca abierta, queriéndome decir algo, pero no pudo.
-Discúlpeme vecina, es que mis llaves las he perdido. No se volverá a repetir. –dije con total calma y seguí avanzando sin esperar respuesta de la vecina boquiabierta.
La señora me miró con cara de “Ah ya, no te preocupes, sigue nomás”
Llegué hasta la calle opuesta y brinqué al suelo, con total naturalidad y calma, cómo si así fuera mi manera cotidiana y diaria de salir de mi casa. Y seguí caminando despreocupado, como si nada hubiera pasado. Pero por dentro estaba inquieto, preocupado y algo angustiado de haber salido así, por los techos y paredes.
Poco a poco la angustia se fue diluyendo con el caminar y avance que hacía por las calles. Cuando volteé una esquina, me empecé a sacudir más el cabello y toda mi ropa. Cuando sentí que ya no tenía ningún insecto en mi cabeza, caminé más tranquilo. Llegué a la plaza de armas y me senté en una banca a esperar. Poco a poco empezó a atardecer y hacerse de noche. Me puse de pie y regresé a mi casa, pensando e imaginando que ella aún seguía ahí en su sala conversando con su prima y se había olvidado totalmente de mí.