martes, 28 de octubre de 2014

Sentados en la Plaza de Armas.


Sentados en una banca de la plaza de armas, mirando al Mar, sin decirnos nada por largo rato. Era de tarde, veíamos como pasaban las gaviotas por encima de nosotros. A veces nos agarrábamos de las manos sin que nadie nos viera. Ella me miraba, me hacía una mueca sacándome la lengua, yo me reía y seguíamos viendo el Mar. Al rato se me acercó más y me dijo para ir a su casa. Le dije, ya.

Ella se acomodo su cabello para un costado y caminó sin decir nada, ella caminaba relajada sabiéndose que tenía el control de las cosas, y yo a su costado mirándole sus labios y su cabello. Cuando llegamos a su casa ella miró a ambos lados de la calle. Ella entraba a su casa por la puerta de una cochera, abrió la pequeña puerta de la cochera y entró. Al rato me hizo señas para que entre. Yo me agaché y entré a esa cochera algo oscura. Ella cerró la puerta despacio. No hagas mucha bulla, mi hermano menor está durmiendo, me dijo susurrándome. Yo asenté con la cabeza, y luego me sentí un tonto, porque en esa oscuridad no creo me haya visto mover la cabeza.

Ella me tomo de la mano, me abrazó por la cintura con ambas manos, y me besó. Me jalo bien pegado a ella y siguió besándome. Mi corazón latía fuerte. Pero al rato se calmó, mi corazón, pero yo no. 

Ella olía riquísimo, me encantaba su aroma. Sentir el sabor de sus labios con el aroma de ella era una combinación mágica, que me dejaba más tonto de lo que ya era. Éramos jóvenes, aún estábamos en quinto de secundaría, pero en colegios distintos. Ella en colegio particular y yo en colegio fiscal.

El uniforme de su colegio le quedaba lindo, se veía linda con él. En ese momento que nos besábamos me acordé de eso y se lo dije. Te ves linda con tu uniforme de colegio, le dije susurrándole al oído. Ella se rió suave, mirándome con sus ojazos. Gracias, dijo sin soltarme.

En ese momento era como si fuéramos uno, estábamos tan pegados uno al otro, que parecíamos una sola persona. Su cuerpo se acomodaba tan bien al mío, como si fuéramos de la misma talla. Nos besábamos en silencio, por momentos no aguantaba las ganas de morderle sus labios gruesos, y ella al sentir que se los mordía con suavidad, me miraba como queriéndome decir algo, pero solo ponía su dedo en mis labios, como pidiéndome “silencio”.

Abrazándonos y besándonos nos movimos un poco hacía la pared y algunas cosas se cayeron, hicimos algo de ruido, ella me tomó fuerte de las manos, e hizo una señal de “alto” con sus manos. Nos quedamos en silencio. Ella miró hacía la puerta que estaba dentro de la cochera que daba el ingreso a su casa. Sentimos que algo hacía ruido, era su hermano, parecía que se había despertado. Ella movió su cabeza algo nerviosa, como no sabiendo si salir a la calle o quedarnos ahí. Yo estaba calmado, no me sentía nervioso, porque después de besarla así, estaba preparado para todo. Que se venga el fin del mundo, no me importa, pensé calmado. Ella me jalo de la mano y nos agachamos en un rincón de esa cochera oscura, y esperamos ahí agachados. Al rato vimos escondidos que su hermano menor pasó cerca a nosotros, abrió la puerta de la cochera y se fue a la calle. 

Ella se tapaba la boca para no reírse, pero no podía contenerse, se reía, pero tratando de contenerse. Sus cabellos castaños le tapaban el rostro y ella se los acomodaba hacía un lado. Las cosas que me haces hacer, me decía riéndose. Es lindo hacer estas cosas contigo, le dije.
Al rato salimos a la calle y nos fuimos a caminar por la playa, tomados de la mano, mirando cómo caía el Sol.