Ella sacó con mucho cuidado un disco long play.
-Voy
a poner una canción que te gustará mucho -me dijo-. No sé quien la canta, pero
me gusta mucho.
Sacó
con extremo cuidado el disco de su funda, como si estuviera agarrando algo muy
delicado, frágil y valioso.
-Si
mi papá se entera que agarré su disco, me mata. -Dijo sonriendo pícaramente.
Lo
puso en el toca disco, y empezó a sonar la canción “Europa” de “Santana”.
Brincó
al mueble y se sentó a mi lado y me agarró de la mano.
-Es
Santana. –le dije.
-San
qué? –preguntó ella interesada.
-Santana, así se llama, Santana.
-¿Santa
Ana? No sabía que los santos también cantaban. –dijo ella sonriendo.
-No
es un santo, tontolina. –dije riéndome-. Así se llama el cantante. Ella me miró
sonriendo, despreocupada.
Aquella
hermosa melodía se apoderó de toda la atmosfera de aquella casa bien cuidada. Aquella
melodía se llevaba tan bien con ese momento en aquella tarde con ella. Volteé a
verla, y ella sonreía, escuchando aquella melodía mágica, aún más mágica con
ella a mi lado.
Era
la primera vez que ella me metía a escondidas a la sala de su casa, a
sentarnos, escuchar música con total
tranquilidad y privacidad.
Toda
su familia había viajado y ella se había quedado sola en casa. Me avisó con tiempo
para ir esa tarde. Cuando llegué a su casa, estábamos ahí conversando en la
puerta de su casa, y en un momento inesperado me tomó de la mano y de un jalón me
metió a su sala, y cerró la puerta con cuidado. Me sorprendió mucho que hiciera
eso, porque no me avisó que lo haría. Lo hizo inesperadamente bien. Ya estábamos
ahí dentro de su casa, los dos.
Mi
cara de sorprendido debió ser muy graciosa, porque cuando ella me miró se
empezó a reír a carcajadas que tuvo que taparse la boca para que los vecinos no
la escuchen.
-Si
vieras tu cara te reirías de ti mismo. –Me dijo y siguió riéndose revolcándose
en el mueble.
Yo
la miraba en silencio, sonriendo de hacerla tan feliz con mi cara de insigne cojudo
combinado con asustado, viéndola como se reía en su mueble.
Su
casa era una casa bien acogedora, con un aroma a cítricos y a flores, todas las
cosas estaban bien ordenas, la decoración no era sobrecargada, era exacta, no
había ni más ni menos, lo necesario para vivir cómodo y tranquilo. Me
sorprendió todo el orden de aquella casa que olía tan rico y era tan armoniosa.
Ahí
escuchando Europa, ella se sentó
encima mío, y me empezó a besar con elevada pasión, (a la cual no me opuse) tanta
que a veces me dejaba sin aliento y sin aire. Yo por un lado preocupado de que
nos hayamos metido a su casa y de tenerla encima mío, besándome así. Y por otro
lado con temor de que alguien nos encuentre ahí escondidos, escuchando Europa y besándonos a nuestro regalado
gusto.
-No
te preocupes, nadie vendrá, ellos vienen en la noche, tenemos mucho tiempo aún.
–dijo ella susurrándome lindo al oído sin parar de besarme. Su manera de
susurrarme tan suave me dejó como hipnotizado, como acojudado en un trance provocado
por la mezcla del sabor de sus besos intensos, su aroma y de Europa en el ambiente.
Yo
la miraba callado, y hacía todo lo que ella me pedía, cómo un encantado
prisionero de tantos encantos. Todos mis sentidos estaban centrados en ella, por
un momento olvidé los temores de estar ahí a escondidas, y le mordía sus labios,
le acariciaba su cabello y hacía todo lo que ella me pedía en silencio.
Europa
terminó de sonar y ella la volvió a poner de un inicio, y seguimos ahí juntos
sin dejar de separarnos.
Cuando
la conocí, algunos me decían que ella jugaba a enamorar. Y que podría llegar a
ser muy fría y caprichosa. Con el tiempo descubrí que no era nada fría, pero me
faltaba descubrir aquello de caprichosa. Cuando la veía pasear por la plaza de
armas, me gustaba verla, porque desprendía una energía despreocupada y espontánea.
Me gustaba lo libre que era ella, para caminar, para moverse y para sonreír.
Cuando
Europa iba por la quinta pasada, tocaron la puerta de su casa. Ella abrió sus
ojos enormes, y brincó de encima mío. Miró por la ventana, e hizo un gesto de
disgusto.
-Pucha
es mi prima. –dijo algo preocupada.
Yo
seguía ahí sentado en su cómodo mueble, viéndola arreglarse su cabello
desordenado, su polo y su short.
Me
dijo que era “imperativo” de que ella, su prima, no nos viera aquí dentro de su
casa.
Yo
no entendí mucho eso de “imperativo” pero sí comprendí que ella no quería que
su prima nos encontrara aquí en la sala de su casa a los dos solitos, algo
acalorados y con las ropas bastante desordenadas.
-¿Qué
deseas que haga? –le pregunté con una calma que rosaba con la conchudez, cómo
si no me importara que nos encontraran aquí juntos. Eso había provocado sus
besos, que luego de tantos besos intensos, ya nada me importara.
Ella
me miró, y me dijo con la voz bien bajita:
-Ve
al jardín de al fondo y escóndete hasta que yo te avise.
Me
puse de pie, y miré a todos lados como preguntándolo, dónde estaba ese jardín. Ella
puso sus manos en mi espalda y me empezó a empujar con cariño, llevándome a su
jardín que quedaba al fondo de su casa. Era un jardín inmenso, que me
sorprendió de verlo.
-Escóndete
por favor. –me pidió ella y se fue a la sala.
Había
una inmensa planta de maracuyá que cubría toda una pared del jardín, como una
inmensa sabana verde que y escondía y tapaba esa pared. Me escondí ahí, me
senté en el suelo a esperar debajo de aquella inmensa planta. A los pocos
minutos, ya me empezaba a picar el cuello, las manos y el rostro. Eran los insectos.
Al inicio no les di importancia y seguía escondido ahí, aguantando las
picaduras y la angustia de salir de ahí. Ella demoró mucho. No soporté estar
más tiempo metido dentro de esa planta, y salí. Arrodillado me empecé a sacudir
las arañas y los demás insectos que tenía en mi cabello y mi ropa. Vi que la
pared de su jardín no era muy alta. La trepé, subí a la pared y empecé a
caminar hasta su techo, me quedé ahí un momento. Luego seguí caminando en
dirección opuesta a la puerta de su casa. Pasé por las paredes de los corrales
y jardines de sus vecinos, avanzando con la firme intensión de llegar hasta la
calle de atrás. Una señora ya de edad me vio sorprendida como caminaba por la
pared de su corral, ella miró con la boca abierta, queriéndome decir algo, pero
no pudo.
-Discúlpeme
vecina, es que mis llaves las he perdido. No se volverá a repetir. –dije con
total calma y seguí avanzando sin esperar respuesta de la vecina boquiabierta.
La
señora me miró con cara de “Ah ya, no te preocupes, sigue nomás”
Llegué
hasta la calle opuesta y brinqué al suelo, con total naturalidad y calma, cómo
si así fuera mi manera cotidiana y diaria de salir de mi casa. Y seguí
caminando despreocupado, como si nada hubiera pasado. Pero por dentro estaba
inquieto, preocupado y algo angustiado de haber salido así, por los techos y
paredes.
Poco
a poco la angustia se fue diluyendo con el caminar y avance que hacía por las
calles. Cuando volteé una esquina, me empecé a sacudir más el cabello y toda mi
ropa. Cuando sentí que ya no tenía ningún insecto en mi cabeza, caminé más
tranquilo. Llegué a la plaza de armas y me senté en una banca a esperar. Poco a
poco empezó a atardecer y hacerse de noche. Me puse de pie y regresé a mi casa,
pensando e imaginando que ella aún seguía ahí en su sala conversando con su
prima y se había olvidado totalmente de mí.
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