Ella me
miraba molesta, con mala cara, como queriéndome agarrar a patadas.
Yo no
entendía por qué me odiaba tanto, sí apenas nos conocíamos.
—Con él irás
a traer agua de mar. —Le ordenaron a ella. Ella me miró de reojo, desconfiada,
seria, molesta.
—Pero
siempre voy yo sola a traer agua. ¿Por qué tengo que ir con él? —Alegó ella,
mirándome como cualquier cosa.
—Porque yo
te lo ordeno carajo, y no me preguntes más. —Le respondió la supervisora.
Ella bajó la
mirada, se quedó en silencio y asentó con la cabeza. No dijo nada más.
Yo me
preguntaba si había sido mala idea que me envíen con esta chica que
claramente era una chica de cuidado. Ojalá no me agarre a golpes, me ahorque o
ajusticie en el camino, pensé.
En mis vacaciones
de verano, había conseguido un trabajo en una fábrica de conservar de pescado
en Paracas. La fábrica estaba algo cerca al Mar.
Un buen
amigo me ayudó a conseguir ese trabajo, quería trabajar y con ello poder tener
para los gastos que un joven de catorce años ya tenía, como comprarme jeans,
polos y zapatillas, y de vez en cuando invitarle algo a una chica. Me había
costado convencer a mi padre que me de permiso de trabajar. Me hizo prometer
que él no me estaba presionando ni forzando a trabajar, ya que era aún menor de
edad. Hizo que repitiera delante de él: "No me estás forzando a ir a
trabajar, estoy yendo porque yo deseo y quiero hacerlo por mi propia
voluntad"
Y así empecé a trabajar, con la satisfacción
que daba saber que podrías conseguir cosas con tu propio trabajo.
Nos
ordenaron a ella y a mí, caminar hasta una playa algo lejana y traer agua de
mar. Ella era una chica dos o tres años mayor que yo. Ese día era la primera
vez que la veía. Me gustó que fuera tan seria, reservada y callada, pero no que
me mirara con cara de asesina.
Nos dieron
dos baldes medianos trasparentes que debíamos traer llenos con agua de mar. Mi
compañera de trabajo era una chica que por momentos se le podía ver una mirada bonita
y tranquila, muy seria y segura de sí misma. Las cosas que hacía, las hacía con
seguridad, determinación y firmeza.
Salimos de
la fábrica y empezamos a caminar hasta la lejana playa que estaba como a 1000
metros de distancia de la fábrica, al menos eso parecía.
Era verano,
empezamos a caminar hasta la orilla del mar, por momentos hundiéndonos en la
arena, esquivando piedras, subiendo y bajando pequeñas dunas y arena que se nos
metían en las zapatillas, el Sol brillante encima de nosotros, el aroma a mar
que me encantaba, y cierto viento que a veces nos daba en el rostro. A lo lejos
veíamos el reflejo del mar, y encima de él las gaviotas volando en la playa,
haciendo del paisaje una vista inolvidable. Al inicio no hablamos nada, todo
era silencio, solo se escuchaba el silbido del viento cerca a nuestras cabezas.
Yo seguía
caminando, mirando de tanto en tanto la playa a la distancia, para ver cuánto
habíamos avanzado. Al rato ella me empezó a hablar, pero no la podía escuchar
bien por el sonido del viento y la distancia prudente que yo mantenía de ella,
no vaya a ser que se le vuelva a pasar por la cabeza agarrarme a patadas. Me
acerqué prudentemente a ella, y empecé a escucharla, ya estaba más calmada, ya
no gritaba ni me miraba con su cara de asesina, como en la fábrica.
Ella
mientras caminaba me decía que se había quedado con hambre, porque ese día solo
había traído para el refrigerio un racimo de uvas y una botella de con refresco
de maracuyá, y que esperaba la salida para ir a casa y cenar la comida de su
madre.
Ya no estaba
molesta, se le sentía más tranquila y amigable, como si salir a caminar en la arena la relajara y la hacía olvidar los malos momentos del trabajo. Yo la veía como me conversaba
con naturalidad y soltura, casi rozando con el encanto, como si ya me conociera
de mucho tiempo, mirando siempre al frente, pero era la primera vez que nos
veíamos y caminábamos en la arena juntos.
—Discúlpame,
en la fabrica te traté con rudeza y muy mal. Lo siento. —dijo ella bajando la
mirada, sin dejar de caminar—. Imaginé que serías uno de eso tantos chicos que
jode y jode, y que no paran de hablar en todo el camino, pero veo que no eres
así.
—No hay
problema. Yo no hablo mucho, sólo lo necesario y justo. —Le dije calmadamente, sin dejar de mirar al frente.
El camino
hasta la playa parecía cerca, pero conforme íbamos caminando parecía que la
playa de alejaba cada vez más y más. Era verano y el Sol de la tarde nos
quemaba bonito el rostro y los brazos, sin llegar al punto de hacernos daño, al
contrario, era un Sol tenue y amigable, cariñoso y delicado.
Caminábamos pisando caracoles secos, arena con conchuela blanca y surcos de arena. Saqué de mi bolsillo una pañoleta azul y me la amarré en frente. Las gaviotas pasaban relajadas por encima de nosotros, como si no les importara nuestra presencia, cómo si supieran que eramos inocentes humanos. Caminábamos sin ninguna prisa, muy tranquilos, con calma sin dejar de ver el mar a lo lejos. Cuando mirábamos hacia atrás, veíamos la fábrica que se hacía cada vez más pequeña, como si nos estuviésemos perdiendo en la lejanía. Caminábamos y caminábamos, y luego de caminar cerca de una hora llegamos a la playa. El mar en toda su inmensidad era de un azul claro, y la playa era muy calmada y pacífica, la arena y toda la playa era muy limpia y tranquila, como si nadie nunca hubiera venido a ella. Nos dejamos caer y nos sentamos en la arena por un momento, a descansar del largo camino. Miramos el mar en silencio, sin decir nada por un buen rato, solo mirábamos el mar sin decirnos nada, sólo escuchábamos las olas, las gaviotas, el viento, y todos esos sonidos de la playa mezclados hacían una combinación mágica y tranquila, inolvidable e increible.
Caminábamos pisando caracoles secos, arena con conchuela blanca y surcos de arena. Saqué de mi bolsillo una pañoleta azul y me la amarré en frente. Las gaviotas pasaban relajadas por encima de nosotros, como si no les importara nuestra presencia, cómo si supieran que eramos inocentes humanos. Caminábamos sin ninguna prisa, muy tranquilos, con calma sin dejar de ver el mar a lo lejos. Cuando mirábamos hacia atrás, veíamos la fábrica que se hacía cada vez más pequeña, como si nos estuviésemos perdiendo en la lejanía. Caminábamos y caminábamos, y luego de caminar cerca de una hora llegamos a la playa. El mar en toda su inmensidad era de un azul claro, y la playa era muy calmada y pacífica, la arena y toda la playa era muy limpia y tranquila, como si nadie nunca hubiera venido a ella. Nos dejamos caer y nos sentamos en la arena por un momento, a descansar del largo camino. Miramos el mar en silencio, sin decir nada por un buen rato, solo mirábamos el mar sin decirnos nada, sólo escuchábamos las olas, las gaviotas, el viento, y todos esos sonidos de la playa mezclados hacían una combinación mágica y tranquila, inolvidable e increible.
Ahora
entendía por qué a ella le gustaba venir sola a esta playa, porque era una playa
mágica, calmada y bonita, que hacía que te quedaras con la boca abierta, que deseabas venir a ella solo, o en buena compañia. No
había muestras de que el hombre en multitud había estado en ese lugar.
—Me gusta
venir sola, quedarme en silencio, mirar todo el mar y sentir el viento en la
cara. —Dijo ella, con tranquilidad, como si quisiera cuidar este pequeño lugar
de playa de los demás. Y en ese preciso momento la comprendí totalmente. Me
sentía como afortunado de poder haber conocido aquella playa lejana.
Ella me miró
por un momento, con una mirada calmada y tranquila, sin decirme nada, pero me
bastaba con ver su rostro para saber lo que quería decir, que se sentía muy bien
venir a esta playa y mirar el mar en silencio, sentir el Sol en tu rostro y el viento en tus cabellos.
Así nos quedamos por largo rato, en silencio y en calma, contemplando el mar, y dejando que el Sol y el viento acaricien nuestra piel.
Así nos quedamos por largo rato, en silencio y en calma, contemplando el mar, y dejando que el Sol y el viento acaricien nuestra piel.
Mi compañera,
al rato se puso de pie, se sacudió la arena, y nos empezamos a sacar las
zapatillas para poder entrar al mar. Me subí el pantalón hasta las rodillas. Ella
se sacó el pantalón, debajo llevaba puesto un short. Sólo la miré sin decir
nada, me agradaba mucho que ella sea así, reservada, seria, segura, y resuelta,
aquello le daba un encanto personal.
Entramos al
mar, sintiendo el agua helada y la arena en los pies, con los baldes en las
manos. El agua de la playa era limpia y clara, calmada y tranquila.
—Trata de
llenarlo sin que entre yerba. —Me dijo ella.
Llené el
balde con agua y empecé a caminar a la orilla cargándolo. Al llegar a la orilla
lo cerré con la tapa. Nos sentamos en la arena y nos pusimos a mirar el mar de
nuevo, embobados sin decirnos nada. Son esos momentos en que las palabras
sobran, y sólo te queda sentir.
—¿Ya has
venido acá, a traer agua de mar? —Le pregunté.
—Sí, ya he
venido, he venido sola. Me gustaba venir sola. Pero ahora me gusta haber venido
contigo. —Dijo ella con serenidad, sin dejar de mirar al mar. El Sol nos daba
en el rostro, yo acariciaba la arena con mis manos y con mis pies. Me quedaría
todo el día aquí, pensé. Mirando el mar, las olas, las gaviotas, sintiendo esa
brisa salada en el rostro.
Nos pusimos
de nuevo las zapatillas y nos quedamos viendo el mar, como despidiéndonos de
él. El viento suave nos daba en el rostro y nos ponía el cabello hacia atrás. Nos
pusimos de pie, le dimos la espalda al mar y empezamos el camino de regreso a la
fábrica, cargando los baldes con agua de mar sobre las pequeñas dunas. Empezó a
hacer viento que hacía un ruido extraño, como un silbido misterioso. —Sólo
cerca al mar el viento sopla de esa manera, pensé.
Mientras
caminaba sobre la arena comprendí por qué ella deseaba venir sola aquella playa
lejana. Hay ocasiones en que uno desea estar solo consigo mismo, donde más
a gusto se sienta, estar en paz y tranquilidad. Creo todos alguna vez hemos
buscado eso, estar solos y en paz.
Deseo que
pronto me envíen de nuevo a traer agua de mar. Es un trabajo que no parece
trabajo, parece un paseo, un bonito regalo, una bonita experiencia que me gustó
haber vivido, pensé.
2 comentarios:
Bien.
Espero publiques pronto, volveré a entrar en otra oportunidad
cariños
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