lunes, 21 de abril de 2008

Pollo Broaster.


Cuando llegue al lugar donde estaba la fotocopiadora, pude sentir un olor desagradable. Ingrese más adentro en donde trabajaban Anselmo y Ruperto, ellos no estaban, pero el lugar en donde ellos trabajaban, ahí el olor era más escandaloso, casi insoportable. Me tape la boca y la nariz. Ingreso una chica de limpieza, con un balde y una escobilla.

–Han tirado huevos podridos, joven. –me dijo la chica, moviendo la cabeza en señal de desaprobación. Los ruidos de afuera que hacían los huelguistas eran muy fuertes, tenías que gritar para que te escuchen.

–¿Y, Anselmo y Ruperto, donde están? –le pregunte gritando a la chica. Ella miro a los lados, y levanto los hombros. Como diciendo; no se.

Se puso a limpiar las manchas amarillas que había en las ventanas y el piso.

Yo agarre el libro y las copias, y me retire a mi oficina. En mi escritorio encontré una nota que decía: Adrián. Urgente, tienes que ir al hospital Rebagliati, donde Jessica a recoger el resultado de una resonancia magnética. Gracias, doctora García.

–Silvana, voy al hospital a recoger un documento para la doctora García, ya regreso –le avise, dándole la nota, ella la miro y acento con la cabeza.

–No te demores mucho, por favor, no me dejes sola con el trabajo.

–Okay, no demoro.

Agarre mi saco y salí de las oficinas. No pude salir por la puerta principal. Estaba cerrada en precaución que los trabajadores en huelga fueran a meterse. Salí por una puerta de emergencia, al costado del edificio. Camine hasta llegar al ingreso del hospital. Llegue donde estaban los ascensores, me pare frente a ellos y espere que venga uno. Subí en el primero que bajo. Cuando el ascensor empezó a subir, sentí un mareo, me asuste un poco, me agarre de la pared. Cuando la puerta se abrió en el cuarto piso el mareo paso. Se cerró suavemente la puerta y nuevamente sentí un peso extraño en mi cabeza. Me di cuenta que era el ascensor el que me provocaba ese malestar. Al abrirse la puerta en el octavo piso, que era piso donde iba, baje apurado, camine a unos muebles y me senté. Ahí sentado espere a sentirme mejor. Después de unos minutos me levante y me dirigí a la oficina donde debía recoger aquellos resultados. Al caminar por los pasillos, algunas puertas de las habitaciones en donde estaban los pacientes internados se encontraban abiertas. Voltee la mirada y mire algunas habitaciones. Algunas tenían las camas vacías. Al pasar por unas de ellas vi a un paciente que estaba recostado en una cama con la parte de la cabecera muy levantada, casi como para estar sentado. El paciente tenía puesto en los ojos un antifaz para dormir. Di unos pasos más y me quede con la sensación que conocía a esa persona. Me detuve extrañado. Retrocedí y volví a mirar desde afuera a esa persona. Era un hombre joven, de piel blanca, más bien parecía pálido. Tenía el cabello muy recortado y tenia crecida la barba. Lo reconocí, era un compañero de trabajo que no veía en meses. Se llamaba Ricardo. Lo conocía de años atrás. Habíamos trabajado juntos en otra área cuando recién ingrese.

–¿Qué le pasará? –me pregunté. Me pare en la puerta. Dude en saludarlo, mire a los costados, pensé en continuar con mis cosas y no saludarlo. El parecía dormir. Ingrese a la habitación y me puse su costado. En la otra cama había otro paciente, un anciano, muy delgado que hacia mucho ruido al dormir.

–Ey, Ricardo –le dije tocándole el hombro. Él reacciono asustado, se quito la mascarilla y me miro.

–Hola Adrialino, ¿Que fue?. –dijo con dificultad, no podía hablar bien–. No dejas dormir, carajo.

–Adrián, imbécil –le corregí. El miro a todos lados asustado. Se acomodo mejor en la cama. Se refregó los ojos y bostezó.

–Ya se, ya se, ¿has venido solo? –dijo con voz apagada.

–Si, solo. Disculpa que te haya despertado. Es que pase y te vi, y pensé, ¿que te abra pasado?. No sabía que estabas internado. De suerte te he visto. ¿Qué tienes, que te pasa?

–Ahí cholito, jodido, jodido pues –dijo haciendo gestos de dolor–. ¿No sabias que estabas aquí?

–No, no sabia, si no paso por aquí ni me entero.

–Ya tengo varios días aquí, cholito, ya me quiero ir. Este viejo de mierda no me deja dormir –dijo señalando al anciano del costado.

–¿Qué te pasa, Ricardín? ¿Por qué estas aquí? –pregunte.

El miro al techo. Tomo un poco de aire. Cuando respiraba hacia gestos de dolor. Hablada con dificultad. Se puso una mano en el pecho.

–Una huevada. Los pulmones me están jodiendo. –dijo adolorido–. Tengo líquido en los pulmones.

–Carajo, esa cojudes duele. —dije.

–No. A mi no me duele. –me explicó. Solo no me deja respirar bien. Me fastidia un poco.

–Si serás serrano, Ricardín, se nota que te duele. Pero, ¿el líquido es de que?.

–No se, cholito. Ya me sentía mal, la última noche no aguante más y me trajeron de emergencia. El doctor quiere operarme.

–¿Así? Carajo o sea es delicada la cosa.

–Está cojudo. Yo no quiero que me operen. Le he dicho al doctor que no me operen. Ayer… vino un amigo… que trabaja aquí en el hospital. Le he dicho que hable… con el doctor para que no me operen. —dijo con dificultad.

–Ricardo, pero si tienen que operarte, deja que te operen. –le dije—. Debe ser lo mejor.

–Vamos a ver que me dice el doctor… aún no esta seguro.

–Bueno. ¿Y te han venido a visitar los amigos? –le pregunte.

–Acento con la cabeza. Se había cansado de hablar. Me señalo un cajón de la mesita de noche. Lo abrí. Había un rollo de papel higiénico.

–¿Deseas papel? –le pregunte.

Extendió su mano. Se lo di, y escupió en un pedazo de papel higiénico. El miro lo que había escupido, había un poco de sangre en el papel. Me sorprendí.

–Cholo estas mal –dije preocupado.

Se puso de costado y tiro el papel a un tacho. Se le veía muy cansado.

–Nada, no es nada, me hubieras visto el primer día que ingrese. –dijo esforzándose–. Ese día se estaba hasta las huevas, jodido, pensé que me iba a morir.

–Vaya Ricardín.

–Quiero que me cambien de habitación. Quiero una habitación privada. Este viejo de mierda no me deja dormir, toda la noche se queja. –dijo renegando—. Me dan ganas de levantarme y pegarle para que se quede dormido y no joda.

–Por ahora ponte algodón en los oídos, eso ayuda cuando hay mucho ruido.

Abrió los ojos muy grandes. –Claro. Tienes razón. Ahí tengo algodón. Buen dato. –dijo animado. –Bueno Ricardo. Yo me retiro tengo que hacer unas cosas.

–Cholito, antes de irte hazme un favor. –me pido haciendo un gesto de suplica.

–Claro, dime.

–Me cago de hambre, cholito. Cómprame afuera un pollo broaster, con bastante mayonesa. –dijo relamiéndose.

–¿Qué no te dan de comer aquí?

–Esa cojudes que me dan, no es comida, cholito. Una dieta de mierda, una cojudes.

–Pero si estas con dieta, no puedes comer otra cosa, pues.

–Nada. Huevadas, me cago de hambre. Ya pues cholito, a tu pata. –me rogó.

No sabia que decirle. No sabía si estaría bien, comprarle eso. Le podría caer mal y por mi culpa empeoraría.

–Ricardo eso te puede caer mal, huevón. ¿Si te pones mal? —dije para que se desanime—. Además no tengo plata.

–No cholito. Mira, solo compra pollo broaster con papas, sin ají. Así no más. Eso no hace nada. –me decía con angustia–. Me cago de hambre, tú sabes que yo siempre he sido de buen diente, de buche grande, y ya tengo tres días comiendo esa mierda de dieta, que no me llena nada.

El buscó en su bolsillo, saco un billete de veinte soles, me los enseño y me los metió en el bolsillo del saco.

–No se, huevón. Me pones en compromiso. ¿Y si los vigilantes no me dejan entrar con el pollo? Los vigilantes no dejan entrar comida. –Dije arrepintiéndome de haber venido.

–Yo te conozco, tú sabes como hacer. Tú casi eres el dueño de aquí. Cholito es un favor que te estoy pidiendo. –dijo extendiéndome el brazo, tomando el mío.

Me pidió con tantas ganas que no dude que tuviese hambre. La verdad tenía cara de hambre. Lo vi tan angustiado que le acepte.

–Bueno, ya pues. Pero, una cosa. –acepte con una condición.

–Ya dime. –dijo saboreándose, frotándose las manos.

–No le vayas a decir a nadie que yo te traje ese pollo. ¿Okay? Porque si te mueres por comer eso, no quiero que nadie lo sepa.

–A nadie. No te preocupes, cholito. Me llevo ese secreto a la tumba.

–Ya, ya, no exageres, carajo, espérame que ya regreso. Putamadre todo lo que uno tiene que hacer por ti. —dije lamentándome.

El soltó una carcajada, y se agarro el pecho haciendo gestos de dolor.

–Cholito pero no me vayas a engañar. –dijo tosiendo.

–¿En que?

–Si te vas, y no regresas. –dijo mirándome preocupado.

–No seas huevón, ya te dije que si. Solo espérame.

Salí de la habitación. Camine hasta la oficina donde debía recoger los resultados. Me atendió la secretaria, Jessica. Me pido que esperara unos minutos. Salí de la oficina y me dirigí donde están los ascensores. Recordé el mareo que me habían dado. Baje por las escaleras. Salí del hospital. Cruce la pista y entre a una panadería. Vendían desde panes hasta menús al paso. Pedí una porción de pollo broaster para llevar. Sin ají. Y poca mayonesa. Me dieron el pollo y salí de la panadería. Ingrese a una bodega y compre una Inka Kola de medio litro.

Regrese e ingrese apurado por la puerta principal del hospital. Dude en subir por las escaleras. Los ocho pisos no iban a ser fáciles de subir. Ni hablar. Maldiciendo mi suerte subí por el ascensor. Estando dentro de él, poco a poco, y para mala suerte mía en los demás pisos subió más gente y el ascensor se lleno hasta estar repleto. El olor a pollo broaster en ese pequeño espacio se hizo notar.

–Hay que rico huele. –dijo una señora vestida de enfermera–. Huele a pollito rico.

Calla vieja de mierda, me vas a cargar el plan. –pensé poniendo mi cara de ¿Cual pollo?. Las demás personas también sintieron el olor a pollo, miraban a todos lados, buscando de donde provenía ese olor. Yo seguía serio. Nadie dijo otro comentario.

Al salir del ascensor el operario me quedo viendo con cara de preocupación. Me vio que llevaba la bolsa con el pollo escondida a mis espaldas. Seguí caminando muy serio. Este es mi trabajo, carajo, no jodan –pensé.

Llegue a la habitación. Ricardo estaba sentado a un lado de la cama rascándose la cabeza con ambas manos. Cuando me vio dio un respingo y se puso de pie, camino con un viejito adolorido y se me acerco

–¿Que fue cholito? ¿afirmativo?

–Aquí esta tu pedido huevón. –le dije enseñándole la bolsa–. Todas las huevadas que me haces hacer imbécil.

–Ayúdame a ir al baño. –me dijo quejándose.

—¿Al baño, para que? ¿No que no habías comido nada? —le dije bromeando de mala gana.— Se agarro de mi brazo y caminamos al baño. El viejo de la otra cama roncaba como jodiendo a propósito. Nos metimos los dos al baño. Cerré la puerta. El orino apoyándose en la pared. Se quejaba al orinar. Se lavo las manos. Abrió la puerta y miro hacia fuera.

–Cholito, ciérrate la puerta del cuarto. –me pidió.

–¿Para que? –le pregunte.

–Para darle tramite al expediente, pues. –me dijo.

—¿Cuál expediente?

—Al pollo pues Adrialino y no te me hagas, que tu eres mas vivo que yo.

Salí del baño y junte la puerta, no la cerré. Me metí al baño de nuevo y cerré la puerta.

–Dame el pollito, cholo, que lo voy a hacer mierda. –dijo extendiendo sus manos.

–No seas huevón. Espera a que me vaya pues carajo.

El se rió agarrándose el abdomen.

–Cholito, estas pálido, parece que estás enfermo –me dijo riéndose.

–Calla, mierda. Y no digas huevadas que me llevo el pollo.

–Ya, discúlpame, discúlpame –me respondió riéndose. Se sentó en el inodoro. Tenía los brazos levantados, moviendo los dedos, muy angustiado. Abrí la bolsa le di el taper plástico, el lo abrió, salio valor, olió y se relamió. Le enseñe la Inka Kola. Se sorprendió.

–Te pasaste cholito, me adivinaste el pensamiento.

–Provecho, mierda, y si te mueres, ojala no sea por el pollo broaster.

–No digas eso, cholito, no seas malo.

–Es broma jijuna. Bueno Ricardo, ya me voy. Cuídate.

–Gracias Adrialino, te pasaste. —me agradeció.

Le estaba dando un abrazo cuando tocaron la puerta del baño. Ambos nos quedamos inmóviles, con cara de asustados. Ricardo sacudió su mano por unos segundos, como diciendo: La cagada. Pero después la levanto hacia arriba como diciendo: A la mierda.

Volvieron a tocar, tocaron varias veces, esta vez con más fuerza y desesperación.

—Puta madre, la cagada, seguro son los vigilantes. —dije nervioso.

—No les abras hasta que me termine el pollito, no abras. —dijo Ricardo con voz apagada, asustado porque le iban a quitar su pollo.

—Ocupado, esta ocupado. —dije con voz fuerte. No sé como saque fuerzas.

Volvieron a tocar y se escuchaba que decían algo que no se podía entender.

—Voy a abrir. —dije—. Voy a ver quien es. Ricardo comía su pollo con las manos, comía apurado. Se metía las papas a la boca de apuñados, desesperado.

Abrí un poco la puerta para ver quién era. Y por ese pequeño espacio se asomo un hombre de aspecto fantasmal. Al mirarlo retrocedí un poco de la impresión. Puta si pareces un muerto carajo, pensé. Volví a mirar y reconocí a esa persona que parecía un muerto. Era el anciano de la otra cama.

—Que desea buen hombre? —pregunte con amabilidad. El anciano me hizo unas señales con su mano, señalándome su boca. Al inicio no le entendí.

—¿Quién carajo es? —pregunto Ricardo. Se puso de pie y se acerco a la puerta. Vio al anciano haciendo las señales con su mano. Ricardo cerró la puerta bruscamente.

Tenía la pierna del pollo en la mano y no la dejaba de morder.

—Que te compre tu pollo tu mamá. —dijo masticando. Y se apoyó con el hombro en la puerta.

El anciano volvió a tocar la puerta con agresividad. Como exigiendo que abriéramos o lo dejemos entrar.

—Como jode este viejo jijunagranputa. —dije preocupado.— Con razón lo odias.

Ricardo abrió la puerta un poco, pero sin dejar su taper para nada. Lo tenía abrazado.

—Oye viejo huevón déjate de huevadas y vete a tu cama, no jodas. —Le grito Ricardo.

—Quiero pollo, quiero pollo. —grito desesperado el anciano con cara de muerto.

—Tu mamá que te de. —Le respondió Ricardo intentando cerrar la puerta. Pero el anciano no dejo cerrarla. Tenia fuerza. Ricardo intentaba cerrarla, pero no podía.

—Este pollo es mío viejo huevón, no jodas. —dijo Ricardo haciéndome señales para que le ayude a cerrar la puerta. Yo no sabía cómo reaccionar. El anciano nos había amparado con el pollo en el baño. Y estaba decidido a que le den una parte. Ricardo comía con desesperación, a veces le faltaba el aire.

—Come despacio carajo. —le grite—. Las huevadas que pasan por tu culpa.

Ricardo se reía y hacia gestos de dolor, ambos a la vez. El anciano no dejaba de tocar la puerta. Gritaba, Dame pollo, dame pollo, quiero pollo. Yo pensaba que carajo hago metido en este baño, viendo como se pelean por una porción de pollo broaster. Me agarraba la cabeza, miraba a todas partes, buscando por donde me podía escapar.

–¿Y si le avientas un hueso o un pedazo de pollo para que se calle? –le dije a Ricardo.

–Ni cagando. –Alcanzo a decir con dificultad.

Ricardo abrió la Inka Kola, y la tomo apurado. Lo hizo con tanta desesperación que no pudo contenerla en la boca, y tuvo que expulsarla bruscamente, como hacen los chamanes. Un poco de ella me cayó en la cara. Sentí la gaseosa en la mi cara, en mi camisa. Me quede inmóvil. Ricardo al verme así con la cara mojada de gaseosa, se rio a carcajadas apagadas. Con una mano agarraba el tapar con el pollo y con la otra se agarraba el vientre, de la risa. Al verlo así me dio tanto cólera, que abrí la puerta con tosquedad. El anciano se sorprendió. Tenía la boca abierta y pedía comida con sus manos.

—Permiso carajo. —dije muy molesto, aparte bruscamente al viejo de mi camino y salí sin detenerme. Salí de la habitación secándome la cara con papel higiénico. Camine hasta la oficina de Jesica y recogí los exámenes y regrese apurado hacia las escaleras. Al pasar por la habitación donde estaba Ricardo, sentí el escandaloso olor del pollo broaster. Apresure más el paso y baje por las escaleras como si estuviera huyendo de un edificio en llamas. Cuando llegue a la calle camine más tranquilo, pero seguía molesto.

Llegue a mi oficina entregue los resultados. Me senté en mi escritorio.

–¿Adrian que le paso a tu camisa? –me pregunto Silvana viéndome la camisa algo mojada.

–Tuve un problema en el baño, me salpico agua. –mentí.

Suena el teléfono.

–Adrián tienes una llamada –me dijo Silvana.

–Aló. Buenas tardes.

–Cholito, eres de puta madre, gracias por el pollo. ¿Mañana vienes de nuevo?

–Puede ser. –respondí serio. Se escucho una risa apagada. Colgué el teléfono.

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